¿Cómo te sientes los días nublados? ¿Y un rato antes de una tormenta? ¿O los días de mucho viento, de lluvia, en los cambios de estación…? Si notas que los cambios de tiempo alteran tu estado de ánimo, te provocan o agravan síntomas físicos y malestar general, probablemente padezcas meteorosensibilidad.
Esto no es nada nuevo; ya en el Antiguo Egipto hay constancia de estudio acerca de cómo las variables climatológicas incidían en el entorno. También en los tiempos de Hipócrates en la Antigua Grecia se hablaba de «meteoropatía». Quizá hayas escuchado a tus mayores hablar de «barrunto atmosférico» en plan coloquial. A día de hoy, tiene tantos defensores como detractores. Pero la realidad es que somos muuuuuuuchos los que sentimos las consecuencias. Y también le ocurre a muchos animales. Inquietud, angustia, tristeza, alteraciones respiratorias, episodios de dolor, mareo, neblina mental… Son multitud los síntomas que suelen estar relacionados con la meteosensibilidad.
Por otro lado, no hay evidencias científicas de la relación entre la meteorosensibilidad y nuestra sensibilidad de procesamiento sensorial (SPS). Al menos yo no he encontrado ningún estudio. Pero lo cierto es que hay un alto porcentaje de PAS que la sufre (servidora, por ejemplo). Y no es extraño, ya que según el cuarto pilar DOES, nuestra percepción energética más sutil nos hace extrasensibles a los cambios, y suena lógico que aquí estén incluidos los atmosféricos.
Todos, PAS y no PAS, somos seres energéticos, y dependemos del equilibrio químico en nuestros cuerpos. Por tanto, es del todo entendible que el cambio en la presión atmosférica, en la carga eléctrica ambiental, en la luz… tenga repercusiones en los procesos biológicos de nuestro organismo como el ritmo respiratorio, cardiaco y presión sanguínea, los circadianos… o sea, que me parece de lo más lógico que, aunque a la mayoría de las personas les pasa desapercibido, nosotras que tenemos esa lupa para los cambios los acusemos de una u otra forma. Y como nosotras, un montón de personas más con cierta sensibilidad por muy diversas causas. De hecho, se estima que hay un 25% de población que se siente meteosensible.
El caso es que ante estas circunstancias tampoco podemos hacer mucho más que tratar de mantenernos en nuestro centro y tirar de herramientas que nos ayuden a equilibrar el sistema nervioso y los propios ritmos biológicos, desde la aceptación y la consciencia.
En estos días es especialmente importante utilizar el difusor, ya que la placa ultrasónica rompe las moléculas del agua y de los aceites esenciales, rebajando la carga positiva de los iones (que es la que nos afecta).
Los aceites esenciales que elijo estos días son los que están siempre entre mis favoritos en mis rutinas cotidianas. Son ricos en ésteres, que regulan el ritmo cardiaco y el humor (como los abetos y piceas, lavanda, geranio, manzanilla, ylang ylang) y sesquiterpernoles porque son reguladores y armonizadores (incienso, ylang ylang, vetiver). Y para subir el ánimo, podemos tirar de cítricos como limón, bergamota o mandarina. Ellos son portadores de la energía del Sol y nos darán esa chispa que nos falta.